La mañana siguiente me crucé con la muchacha de la limpieza del edificio, no me preguntó nada, con sus auriculares, arrodillada en el piso, fregaba la sangre de las escaleras, y siguó con su mirada mi pasar, bajando apenas la cabeza en señal de saludo, eso me hizo sospechar, no me importó, siguiendo la sangre por la vereda las sospechas murieron.
Llegué a la parada del 14, la sangre seguía en linea recta desfibrilada por la vereda hacia el sur, pero debía tomar un colectivo, y no estaba con ganas de tener una tarde de detective. Me saqué un auricular para escuchar los comentarios de la gente, la sangre los revoluciona, los conmueve.
Las generaciones se mezclaban en charlas, por amor a los animales, una viejecilla y una jovencilla tristemente decían:
- Seguramente chocaron un perro.
- Si, pobrecillo, se nota que lo chocaron y se arrastro a la vereda, y siguió arrastrándose.
- que pena! que pena! aquí seguramente murió desangrado.
- No! seguro por las heridas internas, cuanta sangre! hay Dios, como no estábamos aquí para salvarlo...
- A dos cuadras de acá todavía hay sangre, quien sabe, quizá fue cojeando hasta su casa, quien sabe! quien sabe! que pena! que pena!
Así seguía la charla, miles de hipótesis, miles de penas, y miles de almas caritativas, todas excitadas por la sangre, una sangre que no valía la pena llorar, una sangre como lo dije antes, sucia. Lógicamente no sentí lastima por el sin sentido del teatro hipotético de tales mujeres, a mas de recién levantarme de una mala noche, y no tenía la más mínima intención de contar ninguna historia, generar ninguna charla, y lo que ellas solo querían era llorar un perro.
Me puse los auriculares, no me importó en lo mas mínimo.
27 min. después llegó el 14, hasta la japy, como siempre.
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